Wednesday 19 November 2008

La culpa de todo la tiene Yoko Ono


From: Martín Llavallol
To:
mllavallol@gmail.com
Date: Wed 19-Nov-2008 23:19
Subject: La culpa de todo la tiene Yoko Ono


Un domingo de mayo, cuando todavía vivía en Londres me pasó algo que hasta hoy a nadie había contado.


EXPLICIT CONTENT: La siguiente lectura contiene escenas de sexo explícito, violencia y lenguaje fuerte.

Fue algo que comí. Seguro. No creo que haya sido nada psicosomático, ya que el permiso de trabajo iba encaminado y me encontraba tranquilo por esos días. Era domingo. Empezó temprano por la mañana y después de la comida hubo una repetición.
Luego del evento de la tarde pensé que el problema había terminado, que eso sería lo último, y salí a hacer mi caminata diaria de todas maneras.
Como dije, era domingo. Me acordé que hacía tiempo que no iba al Speaker’s Corner en Hyde Park, y además, como el día estaba no muy nublado, ir a un parque parecía algo apropiado que hacer.
A la media hora de salir de casa en Elephant & Castle, mientras cruzaba el Támesis por el Golden Jubilee Bridge, algo dentro mío parecía estar gritando. No tardé mucho en entender que clamaba por su independencia, como Euskadi o Catalunya de España.
Si bien no hay como el trono de la casa de uno, estaba lejos como para volver. En el centro de Londres hay un servicio muy “pro” (como diría mi amigo Juan) en el que enviando un mensaje de texto a un número especial rastrean la ubicación de tu teléfono y tu mandan cuales son los baños públicos más cercanos (Juan, ¿tienen algo así en Alemania?). Pero no hizo falta. Los busqué primero en mi Google Earth mental y hallé dos: el de la estación de trenes de Charing Cross al final del puente, a 300 metros, y el de la National Gallery (un museo), otros 300 metros más adelante.
El problema del primero es que era de pago (en Europa no sólo pagás por lo que recibís, sino que a veces también pagás por lo que das). No es que me molestara pagar (eran 20p, algo así como un $1,20, que ante la urgencia eran justificados) sino que hace unos años tuve una experiencia traumática en otro baño de similares características.

Fue en la Termini de Roma a principios de 2004. Fui al toilette, hice la cola, pagué los 60 céntimos correspondientes y me fui a la cabina que estaba vacía a hacer lo que había ido a hacer. Debo decir que por estar impecable, cada centavo que pagué estuvieron bien gastados. Daba gusto. Sin embargo, a los pocos segundos (no dieron como para poner minutos) de estar allí sentado, unos fuertes golpes a la puerta cortaron ese fino hilo, ese estado casi místico, de Nirvana, que acompaña al acto: era la encargada del baño que acompañaba los golpes con un: “Signore, per favore...” y diciendo algo así como que me apurara, que había más gente esperando. Bueno señora, que estas cosas llevan su tiempo... Indignante. Y eso que no me había llevado el ejemplar de ese día del “Corriere della Sera” o como mínimo, un tubo de desodorante para leer de dónde lo fabricaban y quienes lo distribuían en los distintos países.

En el segundo baño, el del museo, había estado en otra oportunidad (esculpiendo unas obras que el curador del museo no hubiera expuesto en ningún lado, quizás por falta de glamour), y es muy limpio y tranquilo. Parecía la elección ideal.
Pero lo que tenía que hacer era inminente, y 300 metros adicionales eran demasiados. Opté entonces por el primero.
Todo transcurrió con normalidad. Y nadie me apuró esta vez. No voy a ahondar en detalles. Sólo podría agregar que este baño no estaba tan limpio como aquel del Termini.

Optimista yo, supuse nuevamente que eso sería todo. Error.
Seguí mi camino al Hyde Park, llegué, estuve un rato escuchando a la gente hablar en el Speaker’s Corner y luego me senté en el pasto. Reflexionando sobre ya no recuerdo qué, me di cuenta que otra vez me apuraba la churrera. ¡Ay Dios! Esto era de nunca acabar...
Otra vez hice uso del Google Earth en mi cabeza y encontré otras dos soluciones: una a 250 metros hacia el norte y la otra a más o menos un kilómetro en la otra dirección (estaba en un parque). Esta vez las dos eran gratuitas, así que apliqué el criterio de distancia mínima.

Lo que empezó como una tranquila caminata se convirtió en una desesperada corrida. Bajé rápidamente las escaleras y entré al baño. Me encontré con una sala central de los lavabos, y tuve que escoger entre ir a la sala de la izquierda o de la derecha. Elegí la derecha, no por ninguna tendencia política, sino por la trayectoria que traía desde afuera, que hacía que fuera la dirección natural que uno tomara si continuaba más o menos derecho; además creo que ya dejé claro antes que soy zurdo.
No. Error. En ese recinto estaban los mingitorios, que no era precisamente lo que yo necesitaba en ese momento.
Pero en el vistazo general al entrar al lugar hubo algo que me dejó algo perplejo: había tres tíos, pero curiosamente ninguno estaba enfrentando la pared, sino que se encontraban algo separados de ella y formando un círculo entre los tres. Y no estaban precisamente jugando a la ronda sino que por lo que llegué a ver en esa fracción de segundo, los tres miraban para abajo y entre ellos, con las manos...
¡Jo’er! ¡Qué fuerte!

Di la vuelta y me fui para el lado que había dejado de lado, la sala a la izquierda de los lavatorios. Pasé el umbral y me encontré que el panorama no era mucho más alentador que del otro lado: de los ocho o diez cubículos con inodoros creo que el total no llegaba a media puerta. De ese lado también había bastante actividad, aunque de otro tipo. Los cinco o seis tipos que había por ahí tenían pinta bastante desalineada, se veían sucios y hablaban como muy fuera de sí. Había dos o tres sentados en los inodoros y uno hasta tenía una jeringa en la mano.
¡Jo! ¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte!

¡Menudo espectáculo!
No me pregunten por qué pero en ese momento se me fueron mágicamente las ganas de hacer lo que me había llevado hasta allí. Fue instantáneo.
Así que sin mucho más qué hacer ahí, giré y volví al parque.
Es curioso que en la entrada del baño hubiera un monitor que mostraba lo que filmaba una cámara de CCTV. Sin embargo, al parecer la presencia policial en ese lugar era menos que la presencia de las Guayanas en Sudamérica.

Hago un breve paréntesis en ese punto. ¿Alguna vez se pusieron a pensar por qué en Argentina no recibimos nunca noticias de Guyana o de Surinam? Si en definitiva son tan sudamericanas como Chile o Brasil, y están tan (o menos) al norte que Colombia o Venezuela... De hecho, ¿nos acordamos tan siquiera de sus capitales? Dejo esta inquietud para que respondan en el blog. No vale buscar en enciclopedias/atlas/Internet.
Colins, este interrogante, sin duda, va para tu lista de “Grandes Preguntas Sin Respuesta”, justo después de la de “¿por qué las cucarachas quedan patas para arriba cuando mueren?”.

Aunque las ganas se habían disipado, preferí ser precavido y caminar en dirección de los toilettes que estaban a un kilómetro al sur. Mientras tanto iba contento creyendo haber descubierto la cura para ese tipo de problemas –el shock– y sintiéndome merecedor del Premio Nobel de Medicina.
También me puse a pensar que Trainspotting había tenido una influencia muy fuerte en mi pensamiento y que, quizás, aquel hombre en el baño no se estaba endrogando, sino que padecía de un problema diametralmente opuesto al mío y lo que en realidad había en la jeringa era un hiperlaxante de acción instantánea y por eso él ya se preparaba sentándose en el inodoro.

Pero por supuesto el efecto de mi tratamiento de shock duró tanto como la moda de los Tamagotchis: a los 200 metros ya estaba corriendo los 800 que me faltaban.
¡Dios! Creo que nunca hice tanta fuerza con un solo músculo del cuerpo.

Bueno, esto se está haciendo largo, y a esta altura supongo que querrán saber cómo terminó todo esto... Al final llegué: llegué cagando...

***


Pero si piensan que eso fue una situación de mierda, esperen a leer lo que me pasó la última semana.


La semana pasada empezó en Reading con el Támesis alto, y con el agua de un color raro... ya saben, turbio.
El lunes avisaron en el trabajo que el martes por la mañana toda la división de Transporte (unas 60 o 70 personas) tendríamos una reunión importante, la primera para mí de ese tipo, y al parecer, para la gran mayoría de mis compañeros también.

En la reunión del martes, tres socios y otros dos tipos, todos con cara de poker, empezaron que la crisis, que los clientes, que el trabajo, que al cierre del ejercicio iban a ganar £5millones menos de lo previsto y bla, bla, bla. Todo para anunciar que iban a tener que echar a cinco personas, una de las cuales era un Graduate de Sustainable Transport.
Graduate-Sustainable-Transport. Jackpot! ¡Jo'er! ¡Eso soy yo!
Y por si hicieron un número rápido en sus cabezas, no, no estoy ganando £1millón.

Después de la gran reunión me llamaron junto con otras tres de mis compañeras: no me habían elegido de entrada, sino que éramos los cuatro graduates del equipo. Nos dijeron que los días siguientes iban a reunirse entre ellos y con nuestro jefe, para elegir a uno de los cuatro, y que el viernes nos comunicarían a quien mandaban de vuelta a casa.
No sabemos por qué adoptaron esa modalidad “Gran Hermano” en vez de elegir a uno de entrada y evitar a tres personas el estrés que todo eso implica.
Los potenciales candidatos éramos Magda, una polaca que trabaja ahí hace tres años, Alix que está hace casi dos, y Emily y yo que entramos juntos.
La verdad es que aunque ellas estaban igual de asustadas que yo, nunca pensé que Alix o Magda fueran a ser echadas, por el tiempo que llevaban en la empresa; en todo caso, la cosa estaba entre Emily y yo, y para ser honesto, siendo yo el argentino y que escribir un bendito informe de cuatro hojas me lleva diez veces más tiempo que lo que le llevaría a un tartamudo leer en voz alta este email, nunca dejé de sentir que todas las flechas apuntaban hacia mí.

El resto del martes lo pasé haciendo zoom-in y zoom-out con la ruedita del mouse, porque me fue imposible concentrarme en lo que hacía. Y para los demás fue igual.

El miércoles, por suerte, el amigo Tim me llevó a una visita a Londres, más específicamente a Wimbledon, aunque no para jugar al tenis, sino para ver el lugar de un proyecto. Tim es un tipo súper entusiasta en lo que hace y habla hasta por los codos, y aunque por momentos te termina quemando la cabeza, le agradezco que ese día me haya sacado del clima que se vivía en la oficina.
Por la tarde aproveché para caminar por el centro de Londres y justo encontré que la National Gallery estaba abierta hasta tarde ese día. La National Gallery es uno de los museos que más me gustan de la ciudad, no sólo por los cuadros, que aunque no soy un entendido me gustan, sino también por el edificio y sus salas antiguas. Tuve suerte que el curador del museo no me fuera a buscar por lo que había hecho tiempo atrás en el baño.

El jueves fue un día parecido al martes, de caras largas y de mails internos para tratar de animarnos.
Después del trabajo salí a caminar un poco para despejarme y como necesitaba mimarme un poco, decidí ir a cenar al restaurant español al otro lado del río, que es un lugar agradable y se come bien.
El dueño del restaurant es Javier, un gallego (gallego de Galicia, claro) muy bonachón, al que conozco de haber ido ya un par de veces. Es muy conversador y aunque a veces tiende a repetir, me gusta escuchar sus cuentos, relatados en un idioma híbrido entre el español y el galego, con el agregado de palabras en inglés, al mejor estilo cubano de Miami. Me hace mucha gracia cuando se autodefine campeón de golf de todo el condado de Berkshire.
Comí una tortilla de patatas (o patacas, en galego) y de postre una tarta Santiago, y antes de irme me puse a charlar con Javier. Un tema recurrente es el Camino de Santiago, que él como buen gallego siente la necesidad de hacer algún día. Su idea es hacerlo cuando se jubile, a caballo, desde Reading.
No sé por qué, pero la charla con Javier me reanimó, y aunque no hablamos de nada relacionado con eso, acepté que perder el trabajo no era la muerte de nadie ni tan grave después de todo, porque como me dijo alguien, donde se cierra una puerta, se abre otra. Y hasta se me ocurrió que un posible Plan B podía ser hacer el Camino otra vez y después que fuera lo fuera.
Me volví a casa caminando, y por alguna clase de asociación rara que hizo mi cabeza, me dieron ganas de escuchar “Viva la Vida” de Coldplay (entre paréntesis, quién iba a decir que Coldplay le iba a terminar cagando el nombre de una canción y de un disco a Palito Ortega).

El viernes a las 11 de la mañana nos empezaron a llamar uno a uno. A Emily la llamaron primera. Después a Alix. Después a Magda. Todas se iban, pero ninguna volvía. Para mis adentros sabía que al que echaran lo iban a llamar primero o último, así que después de que le avisaron a Magda que bajara, supe que no me esperaba nada bueno; pero bueno, sonó el teléfono y allá fui.

Estaban los mismos tres socios del otro día sentados en la mesa pero las chicas no. Me hicieron sentar. Dijeron, en síntesis, que en mi trabajo de los últimos tres meses notaron que tenía problemas con el idioma, pero que aprendía rápido y que era muy entusiasta (bueno, no les voy a mentir, usaron la palabra “proactivo”, que siempre me sonó a chamuyo), por lo que al final no era el elegido a quedar afuera.
Y yo ahí sentadito me quedé pensando cómo les volvía a preguntar si había entendido bien lo que había entendido, pero sin demostrar excesiva sorpresa...

Al final despidieron a cinco personas, entre ellas a Emily. De mi lado, sólo les puedo decir que el Camino va a tener que esperar.

Pero sí, al final quedé: quedé cagando...

Saludos.-


Llava
llava.blogspot.com



PD: Y no se olviden que, como dijo Danny Shine parado en su escalerita en el Speaker’s Corner: “somos el fin de un orgasmo”.