Thursday 15 May 2008

Un lugar llamado Stansted Airport


From: Martín Llavallol
To:
mllavallol@gmail.com
Date: Thu 15-May-2008 18:40
Subject: Un lugar llamado Stansted Airport


Anteayer tuve uno de los días más bizarros de mi vida.
Pero antes, a modo de prólogo, les voy a relatar un episodio relacionado que me sucedió unos días antes.



Las desventajas de ser un sudaca, parte I (esto es como una canción de Pink Floyd)

Aeropuerto de El Prat, Barcelona, España - miércoles 23/04/2008, 2100 hora local, 2000 hora de Greenwich, 5 en punto en algún lugar (como diría Slash)

Salgo del avión satisfecho por haber viajado 1200 kilómetros a un precio comparable al de un billete de tren y me pongo a caminar por los pasillos del aeropuerto, para ir al reencuentro de mi fiel compañera de aventuras: mi mochila.
Bajo unas escaleras mecánicas y me encuentro con un obstáculo, algo similar a una estación de peajes: la zona de revisión de pasaportes. Me dirijo a una cabina destinada a no-europeos y cuando me llega el turno, le doy mi azul pasaporte al señor oficial. Lo examina y empiezan las preguntas:
- ¿A qué viene a España?
- Vacaciones
- ¿Cuánto tiempo piensa quedarse?
- Tres semanas
- ¿Tiene billete de vuelta?
- Sí
- ¿Puede mostrármelo?
- No, no lo tengo impreso. Lo saqué por Internet
- ¿Tiene reserva de hotel?
- No, me voy a alojar en casa de una prima y de un amigo
- ¿Tiene carta de invitación?
- No

Por un momento pensé que había aterrizado en Rusia. ¿Carta de invitación? ¿Desde cuándo? El oficial me dijo que si no tenía el billete de vuelta ni una reserva de hotel, tenía que tener una carta de invitación. Acto seguido me invitó a sentarme en una de las sillas que había en los laterales y a esperar.

Luego vino otro oficial que me hizo pasar a una habitación lateral, blanca, donde en el fondo esperaba uno sentado en un escritorio con una hoja en blanco y dispuesto a seguirme haciendo preguntas.
Anotó a lo de quién iba, los números de teléfono, buscó la ficha de mi prima en el ordenador (por cierto Sara, esa foto no te favorece...), me hizo contar la plata que tenía, anotó los números de tarjetas de crédito y débito, y me preguntó a qué me dedicaba.
Fue curioso que me diga que el también era ingeniero -industrial- y cuando le pregunté qué hacía trabajando ahí, me contestó: “eso mismo me pregunto yo, porque aquí no hay casi trabajo”.

Mientras tanto, en la sala de al lado, otros cuatro o cinco oficiales, que estaban al pedo como pelusa de ombligo, discutían no sé qué cosa sobre el Botafumeiro (un objeto volador de la catedral de Santiago de Compostela, en el que meten incienso y tira humo y olor), discusión que sin duda yo detoné al comentar que iba a hacer el Camino.

Empezó con los llamados telefónicos, al mejor estilo Susana Giménez, y primero le tocó a Sara, pero como estaba “comunicando” (ocupado), tuvo que seguir al siguiente de la lista: Lorenzo, un viejo amigo del Camino del año pasado, con quien me reencontraría para conocer sus pagos y luego ir a caminar otra vez. Lorenzo, también conocido como “Piterman”. Todo legal.
Le hizo varias preguntas sobre mí y supongo que obtuvo las mismas respuestas. Antes de que colgara, le pedí una o dos veces que le mandara saludos, pero no me hizo caso. Al constatar el sujeto que todo lo que decía era verdad, me dio el visto bueno.
Incluso me dijo que él había hecho el Camino. En realidad el tipo era macanudo, pero como estaba en su faceta de oficial de migraciones, se hacía el duro. En otra situación hubiéramos ido a por unas cañas, o bueno, yo por un zumo de piña.

Rescaté finalmente a mi mochila, que giraba sola en una cinta de caucho, y me fui del aeropuerto en dirección a Barcelona.

Toda esta situación en la querida España me hizo pensar que mi regreso a Inglaterra iba a ser todo menos fácil. Eso me lleva a contarles la segunda parte de este relato.



The disadvantages of being a sudaka, part II

Stansted Airport, Essex, Gross Bretanien - martes 13/05/2008, 1200 hora de Greenwich, 1300 en España (excepto Canarias), 5 en punto en algún lugar.

Salgo del avión satisfecho por haber viajado 1200 kilómetros a un precio comparable al de un billete de tren y me pongo a caminar por los pasillos del aeropuerto. Esta vez llevaba la mochila conmigo.
Subo unas escaleras mecánicas, giro a la izquierda y entonces aparece el sector de revisión de pasaportes. Aunque me habían recomendado no decir que había estado buscando trabajo y que me estaban haciendo el permiso, había decidido enfrentar al monstruo diciendo toda la verdad. Así, con dos cojones.
A pesar de ser martes 13, parecía que estaba de suerte: en la cola de “Rest of the World” no había prácticamente nadie, mientras que el de “European Union” estaba que revalsaba.
Me tocó una señora en sus cincuentas, con cara de no tener muchos amigos. Antes de que empezara con las preguntas pensé en decirle “¿Vamo’ al cuartito?”, para evitar que me hagan las mismas preguntas dos veces y ganar tiempo, pero temí que lo tomara como una propuesta indecente y que eso jugara en mi contra.
Vinieron las preguntas y se ve que algo no le gustó, porque me hizo sentarme en una de las sillas al costado y esperar.
Al rato me llaman y... ¿a qué no saben a dónde me invitaron gentilmente a ir? ¡Muy bien! Veo que ya se dan cuenta de qué viene esto...

Dentro del cuartito me interrogaron en una de las salas, revisaron todo lo que había en mi mochila, se llevaron un cuaderno y todos los papeles donde hubiera números de teléfono o posibles contactos, me sacaron un par de fotos y finalmente me ensuciaron un poquito los dedos con tinta negra y me los hicieron apoyar uno a uno en unos papeles.
Entre procedimiento y procedimiento me hacían esperar. Para que se den una idea, el lugar y el clima que se vive ahí es lo más parecido a la sala de espera del dentista.
Hay que decir que aunque todo el proceso era digno de un criminal, los oficiales eran todo el tiempo muy amables. Uno en particular, Victor, era bastante conversador, y nos ofreció libros, diarios o revistas en varios idiomas que tenían ahí para leer. Como entretenimientos también había sudokus, una tele encendida que nadie miraba (en un momento hasta pasaban “Lazy Town”, quienes tengan sobrinos pequeños saben de qué hablo) y una amplia colección de DVDs.

Mis compañeros del “limbo aeroportuario” eran dos: uno que lo dejaron salir al poco tiempo de yo entrar, y un turco en sus cuarentas. Su historia declarada era que vivía legalmente hace muchos años en Estados Unidos y había ido a visitar a su familia (o al menos su hermana) varios meses a Londres. Para no estar más de seis meses (el tiempo máximo como turista) había salido fuera de la UE y vuelto a entrar a Inglaterra, y ahí es donde lo agarraron. Supuestamente se iba a quedar en Londres hasta julio, para ver a sus padres que viajarían desde Turquía, ya que él no quería ir a visitarlos directamente a Estambul, porque sino iba a tener que hacer el servicio militar obligatorio.
El tío era todo un personaje, de esas personas con quienes te agrada estar cuando estás retenido en la oficina de migraciones de un aeropuerto. Por ejemplo, cuando Victor nos ofreció algo para leer, el turco (que nunca supe su nombre) contestó: “y bueno, si tenés la Playboy...”. Pero no, tenían de todo menos esas.
También fue él el que dijo que se sentía como el protagonista de “La Terminal”, la película de Tom Hanks, y estuve totalmente de acuerdo. Victor comentó que eso había pasado realmente, en el Aeropuerto Charles de Gaulle de París, y que el libro era mejor que la película. Curiosamente no la tenían entre los cuarenta o cincuenta DVDs que había, seguramente para que cada uno viva su propia aventura.

Me dio curiosidad por saber por qué había libros en italiano en la biblioteca, si los tanos entran por la puerta grande y no creo que sean muchos a los que retengan. Los había llevado el propio Victor, que había estudiado en Roma. Le pregunté que se estudiaba para ser oficial de migraciones y me dijo que era sacerdote. También dijo que era alemán. Con el turco nos mirábamos y no entendíamos nada: ¿un sacerdote católico alemán trabajando en la agencia de migraciones inglesa?
Para demostrárnoslo, sacó de su portafolios una foto de él vestido de curita y acompañado por dos guardias suizos del Papa. También sacó como tres pasaportes para mostrarnos las fotos donde, por lo menos el cuello, se veía como una sotana.
No lo hizo de mala leche, pero esa fue una actitud muy fea. Con haber sacado un sólo pasaporte era suficiente. Pero sacó tres. Y cuando el turco le preguntó por qué tenía tantos pasaportes, agregó a la mesa otros seis pasaportes y carnets de identidad más. Eso no se hace: andar refregando al Turco y Vuestro Retenido Narrador nueve ciudadanías, cuando ellos tienen apenas una, no es de buen samaritano...
La historia detrás de tantas nacionalidades es que había nacido en un barco inglés en alta mar, que se dirigía a Sudáfrica, hijo de una irlandesa y de un alemán. Ahí ya tenemos cuatro. Luego como sacerdote, había estado en Italia, Estados Unidos, Canadá y en un territorio que primero había sido de Zambia y luego Namibia (creo). Así llegamos a las nueve.
Luego nos explicó que trabajaba ahí para ayudar a la gente y que había entrado porque para ese trabajo se requerían conocimientos de psicología, que el había aprendido en el seminario.

Más tarde se sumó una chica china, que no escuché bien el motivo cuando los oficiales hablaban y ella no hablaba mucho inglés, pero al parecer había estado en la cárcel no sé bien por qué y después la habían echado de China.
Lo único cierto que puedo decir sobre ella es que también tuvo una actitud muy fea al regalarle a una de las oficiales un corazón de origami (aunque el modelo que le dio no lo pude encontrar en dev.origami.com/diagram.cfm, la página de esta ocasión), como esos chicos que le hacían regalos a la maestra para ganársela. ¡Eh! Que así cualquiera entra en el Reino Unido. Y si me hubieran dicho que eso valía, yo era capaz de ceder mi Tarta Santiago, la especialidad compostelana hecha de almendras que traía conmigo.

A eso de las cuatro de la tarde, cuando ya estaba con bastante hambre, les pedí si podía comer el sandwich que me habían ofrecido antes. Me dieron a elegir entre cuatro tipos distintos: atún, pollo, queso o huevo. Me llevé el de pollo, que no era gran cosa pero cumplía su función. A través de él deduje que la mayoría de los que pasaban por ahí serían indios, ya que era un sandwich “indian-immigrant-friendly”, dado que tenía korma sauce, una salsa agridulce típica de la comida india. Como adicional, me dieron un paquetito de “crisps” (patatas fritas).
Cuando saqué un billete para pagarle, la señora que estaba en ese momento me dijo que no, que era gratis. Me permití entonces hacerle el comentario de “¡ah! voy a tener que venir más seguido...”

El panorama para todos nosotros era el siguiente: que nos dejaran entrar a Inglaterra o que nos pusieran de vuelta en un avión de regreso al lugar desde donde habíamos partido, en mi caso, Santiago de Compostela. En ningún caso, dijeron, podían tenernos retenidos por más de 24 horas.
Se preguntarán si estaba nervioso o asustado. La verdad es que no. Sólo estaba expectante. Para explicar esto tengo que hacer un breve flashback.

Las vacaciones en España fueron de lo más felices y llenas de reencuentros: en Barcelona, con Sara y Yago, en Bembibre, con Lorenzo y Aurora, en el Camino y finalmente en Santiago, con Arantxa y Balazs. De ninguno de los lugares me quería ir de lo bien que me trataron.
En Barcelona tuve una entrevista de trabajo y haciendo el Camino conocimos a unas chicas que trabajaban en consultoras de Recursos Humanos y una me dijo que le mandara el CV y me fuera a trabajar a Murcia.
Con todo esto empecé a pensar que quizás me había equivocado de lugar, y que quizás el país no era Inglaterra sino España.

Y entonces, ahí sentado con mi amigo el Turco y con el oficial de turno que nos “cuidaba”, decidí encomendarme a mi destino, como una gota de lluvia que está por caer sobre la línea divisoria de aguas de dos cuencas: si tenía que quedarme en Inglaterra, me iban a dejar pasar, y si tenía que volver a España, me iban a poner ellos en un avión.

Vinieron unos oficiales luego de hablar con el César de Stansted, un personaje al que no tuvimos acceso, pero que al igual que el de “Gladiador”, subía o bajaba el pulgar. Las noticias eran para el Turco: el César había bajado el pulgar; tenía que volverse a Bratislava. Al pobre hombre se le cayeron unas lágrimas.
Tuvieron la dignidad de escoltarlo para que fuera a despedirse de su hermana, que había ido al aeropuerto.
Se quejó porque tenía que volver a Bratislava y no a alguna otra ciudad de Europa del Este. Según él, Bratislava era una ciudad fea y además ahí era donde habían filmado “Hostel” (una película no apta para personas impresionables), cosa que le daba miedo.

Tuve una segunda entrevista. Vi que se habían puesto en contacto con la empresa con la que voy a trabajar (yo mismo les había pasado los datos), porque tenían un fax con el contrato que firmé.
Esperé un rato más y volvieron a por mí, esta vez con el veredicto del César...

No pude despedirme de Victor, que cuando me fui no estaba. Les desee suerte a los demás. Nunca sabré qué pasó con la china y los hermanos brasileros que entraron casi al irme.
Al final pasé cinco horas retenido, pero creo que no fueron suficientes, porque no pude terminar de leer una nota a Roger Waters de la revista The Word. Es que había tantas cosas con las que distraerse que no me dio el tiempo...
Al salir del aeropuerto encontré que el cielo estaba despejado y que el sol brillaba: in your face Galicia!
Y escuchando "Movin' On Up" de Primal Scream, me volví a Londres y a casa, para reencontrarme con mis compañeros de hogar.
Les mando saludos desde acá,


Viktor Navorski from Krakozhia
llava.blogspot.com